La victoria de las tropas imperiales del emperador y rey Carlos sobre los protestantes en la batalla de Mühlberg

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Hoy hace 475 años, un 24 de abril de 1547, con el emperador y rey Carlos al frente de sus tropas, tuvo lugar la batalla de Mühlberg entre las armas imperiales, tercios españoles incluidos, y los herejes de la Liga de Esmalcalda. Al final de la batalla César la celebró la victoria: «¡Vine, vi y Dios venció!»

La batalla de Mühlberg se libró entre las once de la mañana y las siete de la tarde. El Ejército Imperial, con el César Carlos al frente, se encontraba persiguiendo al ejército de la protestante Liga de Esmalcanda, con el príncipe Juan Federico al frente.

Acampado el Ejército Imperial el 22 de abril de 1547 cerca del río Elba, en las cercanías de la hoy ciudad alemana de Mühlberg, el Emperador y Rey Carlos tuvo conocimiento de que las tropas de la Liga se encontraban acampadas a unos 20 kilómetros.

Convocado a consejo la cumbre de su ejército, su hermano Fernando, el duque de Alba y el duque Mauricio de Sajonia se decidió atacar en las primeras horas del día 24 de abril. Ahora el problema era como atravesar el río Elba, un río caudaloso, sobre todo en abril.

Gracias a un espesa niebla, todo el Ejército Imperial se desplazó cerca de las orillas del Elba sin que el enemigo se percatara de su presencia. Ahora había que encontrar un vado para cruzar el río Elba. El mismísimo Carlos I de España y V de Alemania se puso a la tarea.

Hubo la fortuna de que se encontraron con un mancebo que acababa de cruzar el río por un lugar vadeable y se ofreció a mostrar el paso. Era el momento de los arcabuceros españoles del Ejército Imperial.

«Entonces el Emperador mandó a su general que hiciese adelantar los arcabuceros» los cuales desde el río «se dieron tanta maña en disparar, que los adversarios fueron constreñidos en dejar los puentes». Los arcabuceros españoles con las espadas en la boca se hicieron con ellos.

Montado el puente, el Ejército Imperial pasó al otro lado dónde el pánico se había apoderado de los protestantes y estaban en su mayoría a la fuga. Con el César Carlos al frente, la caballería imperial embistió contra la protestante «de suerte que los rompieron». Era la victoria.

El ejército protestante quedó desecho, el botín de guerra enorme, y el cabecilla de los protestantes, el príncipe elector Juan Federico, prisionero.

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