«Las españolas no son las nietas de las brujas que no pudisteis quemar»
En las manifestaciones neofeministas de nuestros tiempos se suele leer o escuchar lemas como “somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Serán las nietas de las alemanas, de las francesas, de las holandesas, de las inglesas, …, pero no de las españolas.
Durante las primeras décadas del siglo XVII estalló en los territorios que ocupa actualmente Alemania y en gran parte de Europa, una enajenación colectiva que llevó a procesos masivos en los que condenados y ejecutados por brujería se contaban por miles.
Brian P. Levack: «A finales del siglo XVI, la mayoría de los europeos cultos creían que la brujas, además de practicar la magia nociva, participaban en múltiples actividades diabólicas. Ante todo y sobre todo, creían que las brujas pactaban explícitamente con el diablo.»
«Una segunda creencia aceptada en el siglo XVI era que las brujas, tras haber concluido el pacto con el diablo, se reunían periódicamente con otras, a veces por centenares, a veces por miles para realizar una serie de ritos blasfemos, obscenos y atroces.»
Creían que «las brujas acostumbrarían muy a menudo a sacrificar niños al diablo y hacer banquete con los cuerpos de las criaturas y otros platos repugnantes, bailar desnudas y mantener trato sexual con el diablo y otras brujas.»
La Inquisición española no entró en la paranoia de la persecución de las supuestas brujas y cuando se ocupó de ellas, salvo unos tristes episodios en Navarra, lo hizo para evitar su martirio. En Alemania, se ejecutaron a más de 25000. La Inquisición española no llegó a cien.
El motivo: el Santo Oficio consideraba que realmente no existía la brujería, que las personas que decían que eran brujas mentían, estaban enfermas o locas. Alonso de Salazar en el S. XVII: “No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y hablar de ellos”.
La política que la Inquisición llevaría sobre las brujas se concretó en una Junta de la Suprema que se celebró en Granada en 1526: «La inquisición y no la justicia civil será la competente para conocer las causas por brujería».
«Nadie debe ser arrestado en base a las confesiones de otras brujas y si una supuesta bruja afirma haber participado en un aquelarre extendiéndose por el cuerpo alguna sustancia previamente, buscar el ungüento y analizarlo».
«Los inquisidores deben inclinarse a la misericordia antes que emplearse con severidad de forma que antes que creerse que la supuesta bruja tiene un pacto con el diablo preguntarse si más bien no fuera una enferma que conviene curar y no matar».
«Cualquier bruja que voluntariamente confiese y muestre señales de arrepentimiento, será reconciliada y readmitida en el seno de la Madre Iglesia, sin confiscación de bienes y recibiendo penas leves».
Con esas instrucciones España se libra de la caza de brujas que asoló gran parte de Europa, que envió a la hoguera a miles de mujeres que habían sido juzgadas por sostener supuestos pactos con el diablo.
Por supuesto hubo excepciones bien porque el caso no llegó a la Suprema o un juzgado civil decidió juzgar los delitos de brujería al margen de la Inquisición. Una de esas salvedades fue el proceso de Logroño de 1610: 6 personas fueron ejecutadas y 5 murieron durante el proceso.
Se trata del famoso episodio de las brujas de Zugarramurdi del que surgió la figura del inquisidor Alonso de Salazar que logró que el Consejo de la Suprema redactara unas nuevas instrucciones en agosto de 1614 que reafirmaban la posición de la Inquisición respecto a la brujería.