Fray Toribio de Benavente, el testigo de los sacrificios mexicas
Fray Toribio de Benavente fue uno de los llamados “Doce apóstoles de Nueva España” que llegaron al actual México en 1524 con el objetivo de evangelizar a la población indígena. Se le considera uno de los primeros historiadores del Nuevo Mundo y fue testigo de los sacrificios de los mexicas. Así los describió en su libro “Historia de los indios de Nueva España”:
“Tenían una piedra larga, de una brazada de largo, y casi palmo y medio de ancho, y un buen palmo de grueso o de esquina. La mitad de esta piedra estaba hincada en la tierra, arriba en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar y el pecho muy tieso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote de los ídolos o su lugarteniente, que eran los que más ordinariamente sacrificaban (y si algunas veces había tantos que sacrificar que estos se cansasen, entraban otros que estaban ya diestros en el sacrificio), y de presto con una piedra de pedernal con que sacan lumbre, de esta piedra hecho un navajón como hierro de lanza, no mucho agudo, porque como es piedra muy recia y salta, no se puede hacer muy aguda.
(…)
Con aquel cruel navajón, como el pecho estaba tan tieso, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, y el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar de parte de fuera y allí dejaba hecha una mancha de sangre, y, caído el corazón, estaba un poco bullendo en la tierra y luego poníanle en una escudilla delante del altar. Otras veces tomaban el corazón y levantábanle hacia el sol y a las veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones a las veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban y luego tomaban el cuerpo y echábanle por las gradas abajo a rodar. Y, allegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes, llevábanlo y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y le comían. Y el mesmo que lo prendió, si tenía con qué lo poder hacer, daba aquel día a los convidados mantas, y si el sacrificado era esclavo, no le echaban a rodar, sino abajábanle a brazos y hacían la mesma fiesta y convite que con el preso en guerra, aunque no tanto con el esclavo. Sin otras fiestas y días demás de muchas ceremonias con que las solemnizaban, como en estas otras fiestas parecerá. Cuanto a los corazones de los que sacrificaban, digo que, en sacando el corazón al sacrificado, aquel sacerdote del demonio tomaba el corazón en la mano y levantábale como quien le muestra al sol, y luego volvía a hacer otro tanto al ídolo y poníasele delante en un vaso de palo pintado, mayor que una escudilla, y en otro vaso cogía la sangre y daba de ella como a comer al principal ídolo, untándole los labios, y despuésa los otros ídolos y figuras del demonio.
En esta fiesta sacrificaban de los tomados en guerra o esclavos, porque casi siempre eran de éstos los que sacrificaban, según el pueblo: en unos, veinte; en otros, treinta, o en otros, cuarenta, y hasta cincuenta y sesenta; en México se sacrificaban ciento, y de ahí arriba.6 En otro día de aquellos ya nombrados se sacrificaban muchos, aunque no tantos como en la fiesta ya dicha. Y nadie se piense que ninguno de los que sacrificaban matándolos y sacándoles el corazón, o cualquiera otra muerte, que no era de su propia voluntad, sino por fuerza y sintiendo muy sentida la muerte y su espantoso dolor. Los otros sacrificios de sacarse sangre de las orejas o lengua o de otras partes, éstos eran voluntarios casi siempre.
De aquellos que así sacrificaban desollaban algunos; en unas partes, dos o tres; en otras, cuatro o cinco; en otras, diez; y en México, hasta doce o quince; y vestían aquellos cueros, que por las espaldas y encima de los hombros dejaban abierto, y vestido lo más justo que podían, como quien viste jubón y calzas, bailaban con aquel cruel y espantoso vestido. Y como todos los sacrificados, o eran esclavos o tomados en la guerra, en México para este día guardaban alguno de los presos en la guerra que fuese señor o persona principal, y a aquél desollaban para vestir el cuero de él el gran señor de México, Moctezuma, el cual con aquel cuero vestido bailaba con mucha gravedad, pensando que hacía gran servicio al demonio que aquel día honraban. Y esto iban muchos a ver como cosa de gran maravilla, porque en los otros pueblos no se vestían los señores los cueros de los desollados, sino otros principales. Otro día de otra fiesta, en cada parte sacrificaban una mujer y desollábanla, y vestíase uno el cuero de ella y bailaba con todos los otros del pueblo; aquél, con el cuero de la mujer vestido y los otros, con sus plumajes.”