Enrique VIII de Inglaterra, el rey sifilítico que asesinó a la reina Ana Bolena

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El 19 de mayo de 1536 la reina de piel muy blanca Ana Bolena fue decapitada por orden del rey inglés Enrique VIII. ¿Su crimen? No haberle dado un hijo varón. Pero ya saben ustedes, el intolerante fue el rey Felipe II y la Leyenda Negra la tiene que soportar España.

Anteriormente había abandonado a Catalina de Aragón, que tuvo mejor suerte que Ana Bolena. El capricho del rey inglés de tener un hijo varón que le sucediera solo acabó con la ruptura entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Inglaterra. No perdió la cabeza.

Para justificar su asesinato, Enrique VIII acusó a Ana Bolena de adulterio, de incesto y alta traición. Nada menos que había yacido con cinco hombres siendo esposa del rey. ¿Y el incesto? Pues uno de esos hombres habría sido un hermano de la reina, Jorge. Fue decapitado.

A la pobre Ana Bolena, que era blanca y no negra por más que lo deseen en una serie de televisión, la tuvieron encerrada 17 días en la Torre de Londres. En la farsa de juicio a la que fue sometida dejó claro que su asesinato no era más que un capricho de Enrique VIII.

Dado que la ejecución con hacha daba bastantes problemas para el ejecutado (diez hachazos requirió el cuello de la anciana Margaret Pole y tres el de María, reina de Escocia), el «galante» rey Enrique VIII ordenó que se contratara a un espadachín francés experto en decapitaciones.

Así que el 19 de mayo, con treinta años de edad y una hija de dos, Ana Bolena fue enviada al cadalso. Después de pedir a Dios que salvase «a mi rey soberano» fue ejecutada por el francés con un único corte de espada, metido su cuerpo en un baúl y enterrada en una tumba sin nombre.

Al día siguiente, «divorciado» mediante la espada, el rey Enrique VIII anunció su compromiso con Jane Seymor, que si bien le dio un hijo varón, falleció a los doce días de dar a luz. Otra vez «soltero». Y doblemente viudo.

Enrique VIII se casó entonces con Ana Cléveris que tuvo suerte y no necesitó perder la cabeza para anular su matrimonio. Nunca fue consumado. Peor fortuna tuvo Catalina Howard con la que se casó en el año 1540. Acusada de adulterio y alta traición, perdió también la cabeza.

La última esposa de Enrique VIII fue Catalina Parr. Su heredero Eduardo no era un niño sano y pretendió asegurarse otro hijo heredero varón que gozara de salud. Enrique VIII sin embargo no tuvo tiempo, acabó sus días con obesidad mórbida, sífilis y con una ulcera en un muslo que le llevó a la muerte.

Su heredero varón, Eduardo VI, no duró mucho al frente del reino: cinco años. Un fuerte resfriado le llevó a la muerte cuando tenía quince años. Curiosamente le sucedió la católica María I de Inglaterra y posteriormente Isabel I, las hijas que Enrique VIII no quería que reinaran.

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