Dña. Ana de Mendoza, la princesa tuerta que acabó sus días encerrada en su propio palacio por sus relaciones con el traidor Antonio Pérez

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El 12 de febrero de 1592 falleció en Pastrana, Dña. Ana Hurtado de Mendoza de la Cerda y de Silva y Álvarez de Toledo, más conocida como la princesa de Éboli y que acabó sus días por orden del rey nuestro señor Felipe II presa en esta habitación del Palacio Ducal de Pastrana.

La princesa de Ebolí acabó sus días encerrada en una habitación de su propio Palacio Ducal de Pastrana debido a las relaciones que tuvo con Antonio Pérez, secretario del rey Felipe II y uno de los grandes urdidores de la leyenda negra antiespañola.

Juan Escobedo, secretario de D. Juan de Austria, fue asesinado por seis sicarios mandados por el traidor Antonio Pérez en la calle de la Almudena de Madrid. Escobedo venía de la casa de Ana de Mendoza de la Cerda, nuestra protagonista, supuestamente implicada en el asesinato.

Antonio Pérez, desde su puesto de secretario de Felipe II, y con la supuesta complicidad de la princesa de Éboli vendía secretos de Estado a los enemigos de España. Enterado Escobedo de esos turbios negocios amenazó a Pérez con desvelarlos.

En los tejemanejes de Antonio Pérez estaba implicada la tuerta más famosa de la Historia de España, posible amante de rey Felipe II que también ganaba sus dineros vendiendo secretos de Estado. Supuestamente, pues nunca fue juzgada.

“En la noche del 31 de marzo de 1578 embozo viejo y oscuro de este templo, frente al hoy Palacio de Consejos, apareció un muerto de lujo que resultó estarlo de varias estocadas y ser Juan de Escobedo, secretario mayor del señor gobernador de los Países Bajos don Juan de Austria.”

La relación que mantuvo con el traidor y urdidor de la Leyenda Negra, provocó que el rey Felipe II confinará a la princesa de Éboli en primer lugar en el salón central del castillo de Pinto, Madrid. Seis meses estuvo allí confinada.

En febrero de 1580 la princesa de Éboli fue trasladada al castillo de Santorcaz, donde ocupó las salas más amplias y mejor amuebladas. Se le permitía recibir a sus hijos y ocuparse de sus asuntos de negocio en Pastrana y se designó como su mayordomo a Juan de Samaniego.

Acabó riñendo con sus hijos varones, sus furias eran constantes. Tal entidad tenían los escándalos que Juan de Samaniego escribió al rey Felipe II que le librara de aquella señora que tanto alborotaba, favor que le fue concedido.

En abril de 1581 fue confinada en su propio Palacio de Pastrana. Durante un año gozó de cierta libertad hasta que, según cuenta Luis Fernández de Retana, llegó al rey que había despedido a todos sus criados, rodeado de indeseables e incluso organizaba orgías y saraos.

También conoció el rey que Ana de Mendoza volvía a cartearse con el traidor Antonio Pérez y que incluso, podía haberse visto con él. Felipe II la retiró la tutoría de sus hijos y ordenó que fuera reducida a las habitaciones del torreón de su palacio. Diez años le quedaban de vida.

Cuando se supo de la fuga de Antonio Pérez, el rey ordenó que se reforzaran las rejas de la estancia para evitar que escapara. Allí estuvo enclaustrada con la compañía de su hija Ana y una criada que dormía en el suelo.

En Pastrana tienen una leyenda que dice que la Princesa de Éboli, al final de sus días, sólo podía asomarse a este balcón enrejado una hora al día. Verdad o no, el caso es que el espacio que se encuentra frente al Palacio Ducal, se llama Plaza de la Hora.

Marañón: “Fue una histérica poseída de la pasión de mandar, pasión heredada y acrecentada por la posición de dominio en que la colocó su matrimonio con el privado del poderoso monarca del imperio español…”

Otros autores estiman que fue una mujer muy poderosa, adelantada a su tiempo que intentó hacer lo que quiso sin que existan pruebas de su complicidad con Antonio Pérez ni de su romance con el traidor. Diez hijos tuvo con su marido.

En la cripta de la Iglesia Colegiata de la Asunción de Pastrana se encuentran enterrados los cuerpos de la Princesa de Ebolí, de su esposo y de otros miembros de la familia Mendoza. Algunos proceden del Panteón del Infantado donde los franceses hicieron de las suyas en 1808.

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