Las Guerras Floridas de los Aztecas
Debería saberse que el Imperio Azteca o Mexica, entre otras barbaridades, practicaba la «guerra florida» contra los txacaltecas y otros pueblos. Consistía en plantear batallas periódicas con el objeto de regresar con miles de cautivos a los que poder sacrificar.
A esos prisioneros se les arrancaba el corazón en vida con un cuchillo de sílex. Es lógico que los txacaltecas acabaran siendo los mejores aliados de Cortés en su victoria contra los aztecas. Los txacaltecas no simpatizaban con los aztecas. Tenían cariño a su corazón y a su vida.
Los sacerdotes aztecas tenían la absurda creencia de que sacrificando a los pobres txalcatecas y ofreciendo sus palpitantes corazones a sus dioses, estos iban a retrasar el fin del mundo, que lo temían muy próximo. Lógicamente los txalcatecas no estaban de acuerdo.
Era también frecuente que al prisionero le dieran armas falsas, se le atara una pierna a una piedra y drogado se enfrentara a un guerrero azteca. Una vez herido «se daba paso a la extracción de su palpitante corazón, cuyo vaho era ofrecido al sol por un sacerdote.»
«Extraído el corazón, que se quemaba en un brasero, la cabeza era separada del cuerpo y podía integrarse en el huey tzompantli, estructura de postes y travesaños de madera a modo de abanico o andamio, en la que se insertaban hileras de cráneos agujereados por los parietales».
«Decapitado y desmembrado el cuerpo, el torso era arrojado escaleras abajo, mientras sus extremidades, muy apreciadas, eran comidas por los guerreros. Las manos y los pies se destinaban al gran sacerdote y al gobernante. Los cautivos satisfacían de este modo a los dioses, pero tambien a las castas sacerdotal, militar y política, colectivos fuertemente interrelacionados. Los sacrificios humanos horrorizaron a los conquistadores españoles. Sirva como ejemplo la descripción que hizo Bernal Díaz del Castillo, al contar cómo a sus compañeros capturados en la Noche Triste «los aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo». (Iván Vélez «La Conquista de México).
Se ha calculado que cada año los aztecas enviaban al sacrificio a 15.000 almas. Solamente en el Huey o Gran Tzompantli de Tenochtitlan los españoles contaron 165.000 cráneos.
Hernán Cortés contaba con escasa tropa española para enfrentarse a los aztecas, los cuales por cierto a su vez habían conquistado a otros pueblos que el extremeño tuvo como aliados, sobre todo txalcaltecas y totonacas. Podría decirse que Hernán Cortés fue un liberador de esos pueblos.
Como afirma Phiplip W. Powell «la conquista española en América fue marcadamente un logro más de diplomacia que de guerra. Tuvo que ser así, puesto que las fuerzas de exploración e invasión fueron tan pequeñas que, de otro modo, no hubieran podido sobrevivir y conquistar.» (El Árbol del Odio).