La persecución del delito de bigamia por la Inquisición española
Uno de los delitos que persiguió la Inquisición fue la bigamia. La razón de ello era que el hecho de contraer un segundo matrimonio sin haber roto el matrimonio anterior constituía una sospecha de herejía porque atentaba contra la doctrina cristiana.
Normalmente el delito de bigamia era cometido por hombres que solía llevarse a cabo en otra región donde se tenía el domicilio e incluso en otro país, siendo el bígamo perfectamente consciente de la gravedad y usando todo tipo de tretas para no ser identificado. Actuaba como soltero en el nuevo lugar de residencia, y pasado un tiempo, se casaba por segunda vez falsificando su documentación al adoptar un nombre distinto o valerse de algún vecino o pariente que testificaba que no estaba casado.
Usualmente se trataba de un delito cometido por personas con escasas posibilidades económicas y de baja extracción social que pretendían huir de su pasado.
Debió ser un delito relativamente frecuente, pues no existía la facilidad que disponemos en nuestros días a la hora de poder consultar registros, y también difícil de perseguir sobre todo si el bígamo se instalaba en un lugar lejano a donde tenía registrado su primer matrimonio.
Había verdaderos golfos en aquella época. Un caso de bigamia contumaz fue el que protagonizó Antonio Martínez, natural de Campoamor y que fue condenado a doscientos azotes y a «servir toda la vida como remero en las galera de Su Majestad».
La condena les puede parecer justa cuando sepan que se casó en catorce ocasiones viviendo su primera consorte y doce de sus sucesoras. Ser condenado a galeras por cinco años suponía ya una condena a muerte, pues pocos eran los galeotes que lograban sobrevivir a las duras condiciones de la vida en las galeras. El matrimonio legal tuvo lugar en Villadiego. A su esposa la abandonó para contraer matrimonio en Trijueque, luego en Esquivias, Villacorta, San Vicente, Berberana, Villaescusa, Rascafría, Villagomes, Rivachilla, Valdeolivas y Paules. En el procedimiento que se siguió contra el bígamo en el Santo Oficio de Valencia prestaron declaración trece mujeres y el acusado confesó que dos veces había usurpado el estado civil de otras personas para disfrutar bienes que no le pertenecían y que además robó a las mujeres sus joyas y dinero antes de abandonarlas. Era mercader ambulante y para dejar a sus mujeres aducía que tenía que recorrer nuevos pueblos o comprar nuevos artículos para su venta.
Esta y otras historias se pueden encontrar en mi libro «La Inquisición española: realidad y procedimiento del Santo Oficio» publicado por la Editorial Edaf.