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17 de septiembre de 1939: la invasión comunista de Polonia

Cuando pensamos en la invasión de Polonia que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial, la memoria suele detenerse en el 1 de septiembre de 1939, con el ataque de la Wehrmacht alemana y la caída de Varsovia semanas después. Sin embargo, existe una segunda fecha, mucho menos recordada pero igualmente decisiva: el 17 de septiembre de 1939, cuando la Unión Soviética de Stalin invadió Polonia por el este, cumpliendo el protocolo secreto del Pacto Ribbentrop-Mólotov firmado con Hitler.

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Un reparto pactado entre totalitarios

El acuerdo germano-soviético no fue solo un pacto de no agresión. Incluía un anexo secreto que dividía Europa del Este en “zonas de influencia”. Mientras Alemania recibía la parte occidental de Polonia, la URSS se reservaba la oriental. Con el ejército polaco agotado y concentrado en frenar a los alemanes, Stalin lanzó a más de 600.000 soldados a cruzar la frontera en la madrugada del 17 de septiembre.

La propaganda soviética justificó la invasión como un acto “protector” para salvaguardar a las minorías ucranianas y bielorrusas. La realidad fue un ataque coordinado con la Alemania nazi, destinado a borrar a Polonia del mapa. En menos de un mes, el Estado polaco desapareció, repartido entre Hitler y Stalin como si fuera un botín.

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El precio humano del pacto con Hitler

La ocupación soviética no fue menos cruel que la alemana. Millones de polacos quedaron bajo el control del NKVD. Más de 20.000 oficiales, intelectuales y profesionales fueron ejecutados en la masacre de Katyn en 1940. Cientos de miles de civiles fueron deportados a Siberia y al Asia Central en condiciones inhumanas.

Mientras tanto, Stalin rompía sin pudor la retórica antifascista de los comunistas europeos: la URSS colaboraba con Hitler en lo económico, lo militar y lo territorial. Conviene recordarlo frente a quienes reducen el inicio de la guerra únicamente a la agresión alemana. Polonia fue víctima de dos dictaduras totalitarias, una nazi y otra comunista.

Una efeméride incómoda

El 17 de septiembre de 1939 es una fecha incómoda en la memoria histórica, porque cuestiona la imagen de la URSS como simple vencedora del nazismo. Antes de ser “liberadores”, los soviéticos fueron también cómplices en el desmembramiento de Polonia.

Recordar este episodio es un deber histórico y moral: sin la invasión soviética, Polonia quizá habría resistido más tiempo; con ella, quedó condenada al reparto y a décadas de sometimiento. Hoy, más de 80 años después, esta jornada debería servir para subrayar una verdad: los totalitarismos, sean del signo que sean, siempre se parecen en su desprecio por la libertad y por la dignidad humana.

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