Los sacrificios humanos de los mexicas y otros pueblos mesoamericanos

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Charles E. Lummis (Exploradores españoles del S. XVI): Los mexicas y otros pueblos del actual México «ofrecían vidas humanas no tan solo a uno o dos de los ídolos principales de cada comunidad, sino que cada población tenía además fetiches menores, a los que se hacía esta clase de sacrificios.

Tan arraigada estaba la costumbre del sacrificio, y se consideraba tan corriente, que cuando Hernán Cortés llegó, los indígenas no concibieron otro modo de recibirlo con bastantes honores, y muy cordialmente propusieron ofrendarle sacrificios humanos.

Estos ritos se verificaban casi siempre en los teocalis, o montículos para sacrificios, de los cuales había uno o más en cada población india. Eran grandes montones artificiales de tierra en forma de pirámides truncadas y recubiertos de piedra.

Tenían de cincuenta a doscientos pies de altura, y algunas veces varios centenares de pies cuadrados en su base. En la parte superior de la pirámide había una pequeña torre, que era la obscura capilla donde se encerraba el ídolo.

La grotesca faz de la pétrea deidad miraba una piedra cilíndrica que tenía una cavidad en forma de tazón en la parte superior, y era el altar o piedra del sacrificio. Esa piedra era usualmente labrada, algunas veces con muchos detalles y esmerada mano de obra.

Bernal Díaz del Castillo:«Y con unos navajones de pedernal les aserraban los pechos y les sacaban los corazones buyendo, y los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo, y se comian las carnes con chimole».

Lummis: «El ídolo, las paredes interiores del templo, el piso y el altar estaban siempre humedecidos con el fluido más precioso de la tierra, la sangre. En el tazón ardían en rescoldo corazones humanos.

A veces en un día señalado se sacrificaban quinientas víctimas en un solo altar. Se les extendía desnudos sobre la piedra de sacrificios y se les descuartizaba de una manera demasiado horrible para describirla aquí.

Sus corazones palpitantes se ofrendaban al ídolo, y después se arrojaban al gran tazón de piedra, mientras que los cuerpos eran lanzados a puntapiés, escaleras abajo, hasta que iban a parar al pie de la pirámide, donde eran arrebatados por una ávida muchedumbre.

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