Hernán Cortés no quemó sus naves
El 16 de septiembre de 1519, el gran Hernán Cortés desembarcó en tierras del actual México con la expedición que acabaría cambiando el curso de la historia. La tradición popular cuenta que “quemó sus naves” para evitar la retirada de sus hombres. Sin embargo, la realidad fue muy distinta: Cortés no incendió nada. Prefirió inutilizar las embarcaciones, con el objetivo de que sus soldados no tuviesen la tentación de regresar a Cuba, de donde habían partido.
Motines, descontento y miedo a lo desconocido
Entre los miembros de la expedición había quienes no mostraban el menor interés en abandonar la seguridad de la costa para adentrarse en las selvas del Yucatán, de donde provenían extraños sonidos, nunca antes escuchados por ellos. Eran los cantos de aves exóticas como loros, cacatúas, charas o respingones, que alimentaban la inquietud de los soldados.
Algunos incluso habían manifestado su intención de apoderarse de una nave y regresar a Cuba para informar al gobernador Diego Velázquez de que Cortés no estaba cumpliendo al pie de la letra sus instrucciones. Cuando el capitán general se enteró de estos planes, reaccionó con mano dura: ordenó ahorcar a un tal Escudiero, cabecilla del motín, y mandó azotar a los demás implicados.
La estratagema de Cortés
Decidido a eliminar cualquier opción de retirada, Cortés ideó una hábil estratagema. Hizo creer a la tropa que las naves estaban infestadas de carcoma y que era necesario descargarlas para ser reparadas. Mientras tanto, los carpinteros abrieron vías de agua que las dejaron inservibles para navegar.
De esta forma, sin incendios ni espectaculares hogueras, el extremeño selló el destino de su ejército: solo quedaba avanzar hacia el corazón del imperio azteca.

El final del viaje y la conquista de Tenochtitlan
La apuesta de Cortés fue arriesgada, pero decisiva. El 13 de agosto de 1521, tras casi dos años de campañas, logró la conquista de Tenochtitlan. Para el asedio final mandó construir trece bergantines artillados, utilizando parte de los aparejos de las viejas naos abandonadas en la costa.
Con su audacia y determinación, Cortés no solo marcó el destino de sus hombres, sino que dejó una de las escenas más recordadas —y malinterpretadas— de la historia de la conquista de América.