El 13 de septiembre de 1598, en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, fallecía el rey Felipe II, figura central de la monarquía católica española y uno de los soberanos más influyentes de la Europa del siglo XVI. Su muerte, tras una larga y dolorosa enfermedad, ponía fin a un reinado de más de cuatro décadas que había llevado a la España a la cima de su poder político y territorial.
El ocaso del Rey Prudente
Felipe II pasó sus últimos meses en El Escorial, el monumento que mejor simboliza su reinado. Allí sufrió una larga agonía marcada por fiebres, gota y llagas que le postraron en cama. Su muerte, a los 71 años, fue un acontecimiento de enorme repercusión en toda Europa: desaparecía el monarca que había encarnado la defensa del catolicismo frente a la Reforma protestante y que había gobernado un imperio “donde no se ponía el sol”.

Antonio Gisbert: «La muerte de Felipe II»
Un reinado colosal
Heredero de Carlos V, Felipe II consolidó un vasto imperio que abarcaba territorios en Europa, América, África y Asia. Bajo su gobierno:
- España se convirtió en la principal potencia europea.
- Se construyó El Escorial, símbolo de poder y espiritualidad.
- Se libraron batallas decisivas, como San Quintín (1557) o Lepanto (1571).
- Se afrontaron grandes desafíos, como la rebelión de los Países Bajos o la expedición de la Armada Invencible (1588).
Su figura estuvo marcada por un estilo de gobierno personalista, centralizado y prudente, siempre guiado por la convicción de defender la fe católica y preservar la unidad de su monarquía.
Más allá de la Leyenda Negra
La historiografía más reciente ha subrayado que Felipe II no era el ogro gris y sombrío que la Leyenda Negra y cierta propaganda extranjera se empeñaron en difundir. Como recuerda Joseph Pérez (2014), sus cartas a sus hijas muestran a un padre solícito, bondadoso y amante de la naturaleza. Según J.A. Escudero (2002), prestaba gran atención al cuidado de bosques, estanques y jardines, sentía pasión por la arquitectura y fue un decidido impulsor de las ciencias y las letras.
El propio Escorial, más allá de su función política y religiosa, fue también un centro cultural y científico, con su célebre biblioteca, gabinetes y cartoteca. En este sentido, la visión del rey como un gobernante rígido y sin sensibilidad intelectual resulta claramente injusta.

El mayor emperador de su tiempo
Como ha recordado Gregorio Marañón (2006), las acusaciones en que se basó la Leyenda Negra son exageraciones o episodios sacados de contexto. Felipe II no fue un santo, pero tampoco peor que los monarcas de su tiempo en cuestiones morales, y sí mucho mejor en el arte de gobernar, impulsar las ciencias y el arte.
En realidad, Felipe II fue el mayor emperador del mundo, el primero que mandó sobre territorios en todos los continentes conocidos, una hazaña logística y política casi milagrosa para la época. Sin embargo, mientras otras naciones ensalzan sin reparos a monarcas de menor talla —como Enrique VIII o Isabel I de Inglaterra—, España ha tendido incomprensiblemente a aceptar las visiones negativas propagadas por enemigos extranjeros.